Si bien los acosadores adolescentes se encuentran en posición de discernir entre el bien y el mal, cosa que los obliga a asumir la parte principal de responsabilidad, también es necesario resaltar que no se debe de focalizar todas las culpas únicamente en ellos. Esto es así porque no sólo ellos fracasan, también el sistema educativo que debía de haberlos guiado.
En el perfil más común del acosador tenemos a un adolescente que no ha encontrado un verdadero camino con el que realizarse como persona y que busca una salida fácil a su propio conflicto mediante el hostigamiento. Tiende a proceder de hogares en los que hay una falta de cariño entre los miembros de la familia y en los que la agresividad es marcada de una u otra manera, con lo que el niño fácilmente puede desarrollar la habitual ira incontrolada además del común carácter violento que, además, va unido a una baja tolerancia a la frustración (Iñaki Piñuel y Araceli Oñate, 2006). Esta vinculación con la violencia hace que perciba las relaciones humanas bajo la relación de poder o de sumisión y que su distorsión cognitiva sea vea alterada ya que, al sentirse fácilmente amenazado por su entorno, justificará sus agresiones desde esta percepción. Un razonamiento similar al que usaba Hitler para justificar la necesidad de la guerra, porque, a su modo de ver, si su país no atacaba se vería inevitablemente sometido por enemigos que no existían más que en su mente. Lo mismo podría decirse de la más reciente justificación norteamericana de “guerra preventiva”. Visto lo anterior el acosador intentará evitar las situaciones de aislamiento o de soledad ante sus compañeros y se centrará en procurar dominarlos (Olweus, 1993).
En la clase de hogares descrita también suele haber permisividad o indiferencia respecto al comportamiento del niño, hasta el punto de mantenerlo en una situación de semiabandono. Recordemos que anteriormente ya se aludió a que el simple hecho de que un adolescente pase varias horas al día viendo la televisión ya le supone una alta probabilidad de ver aumentado su nivel de agresividad. Es por esto que la falta de presencia real de los padres supone a los adolescentes un desconocimiento del significado de la autoridad y del sentido de la responsabilidad (frecuentemente suelen culpar a los demás de sus propios errores). En el tema de la autoridad hay que matizar la diferencia entre autoridad moral y el autoritarismo. Mientras que el segundo concepto se basa en la imposición de criterios no justificados y, por lo tanto, fluye en una única dirección; la verdadera autoridad supone una bidireccionalidad mediante la que el paciente (el niño) reconoce el mayor desarrollo personal del agente (los padres) y voluntariamente cede una parte de su autonomía porque es consciente de que es lo adecuado tanto desde el punto de vista moral como desde el lado práctico. Si las situaciones de autoritarismo son nefastas y tienden a producir niños rebeldes, la ausencia de autoridad paternal puede suponer la indiferencia hacia las normas de convivencia. Ciertamente el niño puede comprender que existen una serie de normas sociales bajo las que debe de desenvolverse, pero no las tendrá interiorizadas. Es por esto que en un contexto puede asumirlas de cara a los demás pero, en cuanto se sienta impune, preferirá primar sus propias apetencias. Esta oscilación es similar al comportamiento de muchos torturadores adultos que, siendo correctos padres de familia, pueden infringir daño de forma deliberada y al poco rato retomar su vida familiar como si no hubiese sucedido nada. También en ambos casos se da un baja empatía hacia los demás. Actitud ésta que es constante entre los niños acosadores y que suele ser proporcional al nivel de agresividad. Es decir, a menor empatía mayor nivel de agresividad (María Victoria Trianes Torres, 2000).
Hay que tener en cuenta que el acosador, merced a su condición, se sitúa en una posición de líder grupal. Es decir, él suele llevar alguna clase de iniciativa en la situación en la que se desarrolla el acoso. Para esto se hace necesario un no poco frecuente alto nivel de autoestima (Batsche y Knoff, 1994) o, cuando menos, un nivel próximo a los promedios de una persona común. En cualquier caso será muy improbable que la autoestima sea realmente baja durante un periodo de tiempo prolongado. Es por esto que, pese a poder tener alguna clase de complejos, buscará resolverlos autoafirmándose.
Es común que los acosadores tengan más posibilidades de entrar en el mundo de las drogas blandas (tabaco, alcohol,..) y, casi siempre, repiten o han repetido algún curso. Así mismo el acosador adolescente empieza un camino en el que aumentan sus posibilidades de entrar en el campo de violencia cuando llegue a ser adulto. Según José María Avilés Martínez (2002) una cuarta parte del total terminará con algún tipo de problema con la justicia. Kiyonaga, Mugishima y Takahashi (1985,1986) y Mugishima, Kiyonaga y Takahashi (1985) han encontrado una vinculación directa entre la clase de maltrato de los agresores y el tipo de delincuencia que ejercerán en el futuro. Así resulta frecuente que los acosadores, como también señala David Harrington, repitan su comportamiento en el ámbito familiar (violencia de género, violencia hacia los hijos, etc...) o en el laboral (mobbing).
Nota: En el 2006 El País publicó un artículo de Patricia Ortega Dolz que, en su momento, fue muy polémico pero que, sin embargo, resulta interesante para ilustrar algunos de los rasgos aquí mencionados. Su título era: “Soy de los que pegan”.
En el perfil más común del acosador tenemos a un adolescente que no ha encontrado un verdadero camino con el que realizarse como persona y que busca una salida fácil a su propio conflicto mediante el hostigamiento. Tiende a proceder de hogares en los que hay una falta de cariño entre los miembros de la familia y en los que la agresividad es marcada de una u otra manera, con lo que el niño fácilmente puede desarrollar la habitual ira incontrolada además del común carácter violento que, además, va unido a una baja tolerancia a la frustración (Iñaki Piñuel y Araceli Oñate, 2006). Esta vinculación con la violencia hace que perciba las relaciones humanas bajo la relación de poder o de sumisión y que su distorsión cognitiva sea vea alterada ya que, al sentirse fácilmente amenazado por su entorno, justificará sus agresiones desde esta percepción. Un razonamiento similar al que usaba Hitler para justificar la necesidad de la guerra, porque, a su modo de ver, si su país no atacaba se vería inevitablemente sometido por enemigos que no existían más que en su mente. Lo mismo podría decirse de la más reciente justificación norteamericana de “guerra preventiva”. Visto lo anterior el acosador intentará evitar las situaciones de aislamiento o de soledad ante sus compañeros y se centrará en procurar dominarlos (Olweus, 1993).
En la clase de hogares descrita también suele haber permisividad o indiferencia respecto al comportamiento del niño, hasta el punto de mantenerlo en una situación de semiabandono. Recordemos que anteriormente ya se aludió a que el simple hecho de que un adolescente pase varias horas al día viendo la televisión ya le supone una alta probabilidad de ver aumentado su nivel de agresividad. Es por esto que la falta de presencia real de los padres supone a los adolescentes un desconocimiento del significado de la autoridad y del sentido de la responsabilidad (frecuentemente suelen culpar a los demás de sus propios errores). En el tema de la autoridad hay que matizar la diferencia entre autoridad moral y el autoritarismo. Mientras que el segundo concepto se basa en la imposición de criterios no justificados y, por lo tanto, fluye en una única dirección; la verdadera autoridad supone una bidireccionalidad mediante la que el paciente (el niño) reconoce el mayor desarrollo personal del agente (los padres) y voluntariamente cede una parte de su autonomía porque es consciente de que es lo adecuado tanto desde el punto de vista moral como desde el lado práctico. Si las situaciones de autoritarismo son nefastas y tienden a producir niños rebeldes, la ausencia de autoridad paternal puede suponer la indiferencia hacia las normas de convivencia. Ciertamente el niño puede comprender que existen una serie de normas sociales bajo las que debe de desenvolverse, pero no las tendrá interiorizadas. Es por esto que en un contexto puede asumirlas de cara a los demás pero, en cuanto se sienta impune, preferirá primar sus propias apetencias. Esta oscilación es similar al comportamiento de muchos torturadores adultos que, siendo correctos padres de familia, pueden infringir daño de forma deliberada y al poco rato retomar su vida familiar como si no hubiese sucedido nada. También en ambos casos se da un baja empatía hacia los demás. Actitud ésta que es constante entre los niños acosadores y que suele ser proporcional al nivel de agresividad. Es decir, a menor empatía mayor nivel de agresividad (María Victoria Trianes Torres, 2000).
Hay que tener en cuenta que el acosador, merced a su condición, se sitúa en una posición de líder grupal. Es decir, él suele llevar alguna clase de iniciativa en la situación en la que se desarrolla el acoso. Para esto se hace necesario un no poco frecuente alto nivel de autoestima (Batsche y Knoff, 1994) o, cuando menos, un nivel próximo a los promedios de una persona común. En cualquier caso será muy improbable que la autoestima sea realmente baja durante un periodo de tiempo prolongado. Es por esto que, pese a poder tener alguna clase de complejos, buscará resolverlos autoafirmándose.
Es común que los acosadores tengan más posibilidades de entrar en el mundo de las drogas blandas (tabaco, alcohol,..) y, casi siempre, repiten o han repetido algún curso. Así mismo el acosador adolescente empieza un camino en el que aumentan sus posibilidades de entrar en el campo de violencia cuando llegue a ser adulto. Según José María Avilés Martínez (2002) una cuarta parte del total terminará con algún tipo de problema con la justicia. Kiyonaga, Mugishima y Takahashi (1985,1986) y Mugishima, Kiyonaga y Takahashi (1985) han encontrado una vinculación directa entre la clase de maltrato de los agresores y el tipo de delincuencia que ejercerán en el futuro. Así resulta frecuente que los acosadores, como también señala David Harrington, repitan su comportamiento en el ámbito familiar (violencia de género, violencia hacia los hijos, etc...) o en el laboral (mobbing).
Nota: En el 2006 El País publicó un artículo de Patricia Ortega Dolz que, en su momento, fue muy polémico pero que, sin embargo, resulta interesante para ilustrar algunos de los rasgos aquí mencionados. Su título era: “Soy de los que pegan”.
3 comentarios:
Felicitaciones por su blog, la redacción esta genial, porque permite comprender bien la idea. Saludos.
Bastante interesante el tema que abordas, sin dejar de mencionar su actualidad.
Como bien dices, el acosador vendrá a replicar lo que ha aprendido en casa, probablemente en un ambiente de padres desprendidos o quizá violentos. Es la forma en que entiende cómo operan las relaciones interpersonales, presentando un déficit emocional. Es su día con día, su forma de sobrellevar las relaciones, es su modo de sobrevivir en ambientes hostiles.
El abuso sistemático podría interpretase como conductas antisociales ligadas a motivadores compensatorios por baja autoestima (probablemente gestada en casa),pero hay más de fondo. Y es que, trátese de mobbing, acoso moral o bullying, el modus operandi es el mismo.
La pregunta aquí es ¿hasta donde el abusado pasa a ser abusador? ¿se trata de una formación reactiva (bajo el mismo principio de la homofobia)? ¿o más bien un desplazamiento, o una compensación?
El punto es qué estan haciendo o dejando de hacer los padres para criar un acosador y así poder entender bajo que mecanismo psíquico opera el abuso. Esa es nuestra tarea.
Saludos blues!
Bastante buena la entrada, y la redacción ni se diga, los acosadores escolares son un problema creciente en nuestra sociedad, y como tú dices en la mayoría de los casos solo carecen de un enfoque en su vida. Pero pensando un poco más a profundidad también tenemos que analizar el problema intrínseco de este caso, las víctimas de estos acosadores, en muchos casos terminan siendo peores en su edad adulta, ya que por su personalidad introvertida nunca exteriorizaron sus frustraciones. Este tema se puede ver en distintas matices, y pensando en esto es a lo mejor una problemática más grande de lo que parece, y sería justo darle una mayor atención.
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