Generalmente nos movemos por costumbres que, si bien hasta cierto punto son necesarias para la vida en comunidad, también pueden hacernos olvidar la esencia que mueve verdaderamente al hombre, lo que podría llamarse un sentimiento dramático en la existencia que se opone a lo cotidiano.
Este elemento dramático es lo que moviliza vitalmente nuestras fuerzas interiores y nos pone en contacto con nosotros mismos. Puede surgir a causa de una infinidad de situaciones pero generalmente tiene en común el estar relacionado con cuestiones vitales existenciales, de forma que lo que nos afecta de este modo supone algún tipo de respuesta hacia nuestras últimas preguntas.
Para comprenderlo podemos acudir a Heráclito, que ya describía a la guerra como el elemento generador y a la justicia como elemento de discordia. El conflicto origina este sentimiento, ya que puede afectar a nuestra integridad o a nuestra existencia, pero no sólo en el conflicto se encuentra. Presenciar la muerte de cerca puede tener un efecto similar porque también puede movilizar radicalmente las fuerzas interiores. Seguramente todos hemos visto casos de personas cuyas vidas han cambiado o han tenido un nuevo significado después de sentir próxima la muerte. Precisamente así nos ponemos en contacto con la verdadera realidad y queda relegado a un plano insignificante cualquier tipo de circunstancia que simplemente es relativo a lo cotidiano.
Este sentimiento dramático se encuentra en mayor o menor medida en todas las culturas y al movilizar lo más interno de la naturaleza humana supone un elemento decisivo en el desarrollo social y personal. Aunque a primera vista podría suponerse como algo positivo no tiene por qué serlo necesariamente. El nazismo encuentra una “solución” al aburrimiento y a la falta de expectativas vitales usando de una forma bastarda esta emoción. Por ejemplo, una idea básica en el nazismo (como también lo fue en Hitler) es la de “sentirse atacado” y esto acaba desembocando en algo similar a lo que ahora se suele llamar de forma eufemística “guerras preventivas”, aquí es precisamente cuando se motiva este sentimiento dramático mediante el conflicto, porque la guerra nos puede colocar frente a una situación extrema que obligue a invocar este sentimiento ante lo límite de la situación. La rivalidad también motiva este sentimiento ya que nos supone vernos delante de un oponente que nos obliga a afirmarnos. Esto se puede ver claramente en la típica rivalidad deportiva que siempre acaba buscando un oponente, incluso sin necesidad de que haya motivos para que lo sea o no, si no existe se acaba creando. Que se busquen enemigos donde no existen recuerda la fuerza de esta necesidad humana de conflicto que incluso acaba emergiendo aunque no hayan elementos externos que den pie a ello. Lo común al ejemplo del nazismo y al de la rivalidad deportiva es que traen a la superficie este sentimiento pero no queda encauzado de forma adecuada debido a la falta de razón.
En la sociedad actual se busca adormecer este sentimiento llevando a las personas hacia una cómoda rutina o, en todo caso, redirigirlo para los fines de la propia sociedad. La negación de la muerte es un ejemplo de esto. Si antiguamente era más fácil ver de cerca a la muerte, hoy en día las personas en vez de morir lo que hacen es “desaparecer”. De la misma forma se ignora la anticipación de la muerte mediante la apariencia, así en muchas ocasiones, mientras se enmascare la muerte parece que ésta no va a llegar o no existe. La muerte resulta incómoda porque reaviva lo trágico de la vida humana, su finitud. Pero ignorarla también supone ignorar nuestra condición y, por lo tanto, vivir adormecidos, anestesiados. Por este camino, cuando se convive con el tedio cotidiano, se fortalece una estructura de carácter que aprende a ignorar o, si hace falta, repeler lo que tiene que ver con lo que está asociado con estas últimas instancias de la existencia humana. Un ejemplo de esto último lo tuve un día en que, cuando llevaba en mis manos un libro que claramente trataba sobre la violencia, una persona me dijo que conocía de qué trataba y que, aunque confesaba que era un tema interesante, le resultaba repulsivo pensar sobre ello.
Este elemento dramático es lo que moviliza vitalmente nuestras fuerzas interiores y nos pone en contacto con nosotros mismos. Puede surgir a causa de una infinidad de situaciones pero generalmente tiene en común el estar relacionado con cuestiones vitales existenciales, de forma que lo que nos afecta de este modo supone algún tipo de respuesta hacia nuestras últimas preguntas.
Para comprenderlo podemos acudir a Heráclito, que ya describía a la guerra como el elemento generador y a la justicia como elemento de discordia. El conflicto origina este sentimiento, ya que puede afectar a nuestra integridad o a nuestra existencia, pero no sólo en el conflicto se encuentra. Presenciar la muerte de cerca puede tener un efecto similar porque también puede movilizar radicalmente las fuerzas interiores. Seguramente todos hemos visto casos de personas cuyas vidas han cambiado o han tenido un nuevo significado después de sentir próxima la muerte. Precisamente así nos ponemos en contacto con la verdadera realidad y queda relegado a un plano insignificante cualquier tipo de circunstancia que simplemente es relativo a lo cotidiano.
Este sentimiento dramático se encuentra en mayor o menor medida en todas las culturas y al movilizar lo más interno de la naturaleza humana supone un elemento decisivo en el desarrollo social y personal. Aunque a primera vista podría suponerse como algo positivo no tiene por qué serlo necesariamente. El nazismo encuentra una “solución” al aburrimiento y a la falta de expectativas vitales usando de una forma bastarda esta emoción. Por ejemplo, una idea básica en el nazismo (como también lo fue en Hitler) es la de “sentirse atacado” y esto acaba desembocando en algo similar a lo que ahora se suele llamar de forma eufemística “guerras preventivas”, aquí es precisamente cuando se motiva este sentimiento dramático mediante el conflicto, porque la guerra nos puede colocar frente a una situación extrema que obligue a invocar este sentimiento ante lo límite de la situación. La rivalidad también motiva este sentimiento ya que nos supone vernos delante de un oponente que nos obliga a afirmarnos. Esto se puede ver claramente en la típica rivalidad deportiva que siempre acaba buscando un oponente, incluso sin necesidad de que haya motivos para que lo sea o no, si no existe se acaba creando. Que se busquen enemigos donde no existen recuerda la fuerza de esta necesidad humana de conflicto que incluso acaba emergiendo aunque no hayan elementos externos que den pie a ello. Lo común al ejemplo del nazismo y al de la rivalidad deportiva es que traen a la superficie este sentimiento pero no queda encauzado de forma adecuada debido a la falta de razón.
En la sociedad actual se busca adormecer este sentimiento llevando a las personas hacia una cómoda rutina o, en todo caso, redirigirlo para los fines de la propia sociedad. La negación de la muerte es un ejemplo de esto. Si antiguamente era más fácil ver de cerca a la muerte, hoy en día las personas en vez de morir lo que hacen es “desaparecer”. De la misma forma se ignora la anticipación de la muerte mediante la apariencia, así en muchas ocasiones, mientras se enmascare la muerte parece que ésta no va a llegar o no existe. La muerte resulta incómoda porque reaviva lo trágico de la vida humana, su finitud. Pero ignorarla también supone ignorar nuestra condición y, por lo tanto, vivir adormecidos, anestesiados. Por este camino, cuando se convive con el tedio cotidiano, se fortalece una estructura de carácter que aprende a ignorar o, si hace falta, repeler lo que tiene que ver con lo que está asociado con estas últimas instancias de la existencia humana. Un ejemplo de esto último lo tuve un día en que, cuando llevaba en mis manos un libro que claramente trataba sobre la violencia, una persona me dijo que conocía de qué trataba y que, aunque confesaba que era un tema interesante, le resultaba repulsivo pensar sobre ello.
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