El llamado “Experimento Stanford” o “Experimento de la cárcel de Stanford” se puede resumir como una gran y famosa equivocación. Fundamentalmente digo esto porque algo que pretendió ser un estudio traspasa las barreras de lo que es éticamente admisible. Obviamente no se puede consentir infringir dolor a un grupo de personas bajo ningún pretexto y todavía menos si tenemos en cuenta que las supuestas condiciones de “aislamiento” que se le deben de suponer a un experimento de carácter científico no eran tales. Una idéntica observación se podría hacer en cualquier conflicto bélico reciente (la prisión de Abu Graib, por ejemplo) sin necesidad de generar más problemas [1].
Esto es así porque, para empezar, el propio director del experimento, Phillip Zimbardo, tomó “parte activa” en líneas decisivas de trabajo. Según él mismo confiesa (véase vídeo) pudo reconocerse en las grabaciones con una nueva actitud autoritaria porque inconscientemente había asumido el rol de “jefe supremo” de una situación en la que deliberadamente se creaba y recreaba el mal. La confesión de este rol de Zimbardo le honra pero se comprende mejor teniendo en cuenta las durísimas críticas que, sin duda, debieron ejercer una presión importante para que rectificase de alguna forma, y cuando menos en algún apartado, lo que había hecho. Sin embargo Zimbardo, pese a la crítica social que suele hacer, demostró servir más a los intereses de la sociedad que a los del conocimiento. Esto se deja ver en las continuas reiteraciones sobre la bondad de las personas que accedieron a hacer el experimento y que en menos de un día ya habían demostrado que podían mostrarse de forma extremadamente cruel gracias al contexto para aquélla situación. Evidentemente, con esta idea preconcebida, Zimbardo también pretende excusar a los sujetos del estudio para intentar aparentar las condiciones neutrales del experimento al tiempo que en este sentido implícitamente defiende el sistema y la sociedad de la que proceden. Lógicamente un grupo de personas bondadosas no se convierten en crueles en menos de veinticuatro horas. Habrá pues que pensar que los individuos que accedieron al experimento, pese a pertenecer al perfil promedio de ciudadano norteamericano, ya poseían un carácter cruel y que únicamente al encontrar unas condiciones favorables éste se mostró con más claridad.
La preocupación de Zimbardo por el mal resulta pues una mezcla de genuino interés junto con otras percepciones más bastardas del problema que resultan paralelas a la que tuvieron los médicos durante la Alemania nazi. En este sentido y en ambos casos hay un interés por comprender cómo funciona la vida y un desinterés (por no decir desprecio) de la vida humana. No hay que olvidar que las víctimas de la violencia fácilmente tienen una predisposición a reproducirla [2]. Teniendo en cuenta este aspecto, y que Zimbardo ha confesado sus orígenes como víctima de la violencia en sus años de infancia en el Bronx de Nueva York, cabría pensar que en él convive esta ambivalencia respecto al tema de la violencia. Así pues esta necesidad de respuestas que va unida a la necesidad sádica de volver a reproducir la violencia ha terminado por cristalizar en este “experimento” que él mismo ideó y que bajo el pretexto y el disfraz de la apariencia científica ha querido mostrar a los demás. Aquí tampoco hay que olvidar que Zimbardo ha aparecido y sigue apareciendo en infinidad de medios (muchos de ellos más vinculados al morbo que al conocimiento) con el pretexto de volver a hablar de los sucedido en el mal llamado “experimento Stanford”. Teniendo en cuenta esto y sus experiencias con variantes del “Experimento Millgran” puede contemplarse un margen razonable de sospecha sobre lo genuino de su arrepentimiento.
[1] Varios de los voluntarios del “Experimento Stanford” han padecido importantes secuelas psicológicas debido a lo sucedido durante los días en que se practicó el experimento.
[2] Así sucede con infinidad de niños que son víctimas de la violencia de sus padres y que cuando llegan a ser padres se comportan también como maltratadores.
Nota: Se puede leer una crítica más extensa al experimento de Stanford pinchando aquí.
Esto es así porque, para empezar, el propio director del experimento, Phillip Zimbardo, tomó “parte activa” en líneas decisivas de trabajo. Según él mismo confiesa (véase vídeo) pudo reconocerse en las grabaciones con una nueva actitud autoritaria porque inconscientemente había asumido el rol de “jefe supremo” de una situación en la que deliberadamente se creaba y recreaba el mal. La confesión de este rol de Zimbardo le honra pero se comprende mejor teniendo en cuenta las durísimas críticas que, sin duda, debieron ejercer una presión importante para que rectificase de alguna forma, y cuando menos en algún apartado, lo que había hecho. Sin embargo Zimbardo, pese a la crítica social que suele hacer, demostró servir más a los intereses de la sociedad que a los del conocimiento. Esto se deja ver en las continuas reiteraciones sobre la bondad de las personas que accedieron a hacer el experimento y que en menos de un día ya habían demostrado que podían mostrarse de forma extremadamente cruel gracias al contexto para aquélla situación. Evidentemente, con esta idea preconcebida, Zimbardo también pretende excusar a los sujetos del estudio para intentar aparentar las condiciones neutrales del experimento al tiempo que en este sentido implícitamente defiende el sistema y la sociedad de la que proceden. Lógicamente un grupo de personas bondadosas no se convierten en crueles en menos de veinticuatro horas. Habrá pues que pensar que los individuos que accedieron al experimento, pese a pertenecer al perfil promedio de ciudadano norteamericano, ya poseían un carácter cruel y que únicamente al encontrar unas condiciones favorables éste se mostró con más claridad.
La preocupación de Zimbardo por el mal resulta pues una mezcla de genuino interés junto con otras percepciones más bastardas del problema que resultan paralelas a la que tuvieron los médicos durante la Alemania nazi. En este sentido y en ambos casos hay un interés por comprender cómo funciona la vida y un desinterés (por no decir desprecio) de la vida humana. No hay que olvidar que las víctimas de la violencia fácilmente tienen una predisposición a reproducirla [2]. Teniendo en cuenta este aspecto, y que Zimbardo ha confesado sus orígenes como víctima de la violencia en sus años de infancia en el Bronx de Nueva York, cabría pensar que en él convive esta ambivalencia respecto al tema de la violencia. Así pues esta necesidad de respuestas que va unida a la necesidad sádica de volver a reproducir la violencia ha terminado por cristalizar en este “experimento” que él mismo ideó y que bajo el pretexto y el disfraz de la apariencia científica ha querido mostrar a los demás. Aquí tampoco hay que olvidar que Zimbardo ha aparecido y sigue apareciendo en infinidad de medios (muchos de ellos más vinculados al morbo que al conocimiento) con el pretexto de volver a hablar de los sucedido en el mal llamado “experimento Stanford”. Teniendo en cuenta esto y sus experiencias con variantes del “Experimento Millgran” puede contemplarse un margen razonable de sospecha sobre lo genuino de su arrepentimiento.
[1] Varios de los voluntarios del “Experimento Stanford” han padecido importantes secuelas psicológicas debido a lo sucedido durante los días en que se practicó el experimento.
[2] Así sucede con infinidad de niños que son víctimas de la violencia de sus padres y que cuando llegan a ser padres se comportan también como maltratadores.
Nota: Se puede leer una crítica más extensa al experimento de Stanford pinchando aquí.
6 comentarios:
En lo perosnal creo que ni el propio Zimbardo se imaginaba del todo el desenlace de dicho experimento. Vale la pena analizar con mayor profundidad el perfil psicológico de los voluntarios y las motivaciones intrínsecas de Zimbardgo.
A mí tampoco me parece que tuviese consciencia de lo que estaba "montando" pero sí creo que en la elección de un experimento así también inciden más causas que el simple interés por el conocimiento.
Zimbardo se ha empeñado en recalcar en muchas ocasiones que los voluntarios escogidos pertenecían a lo que se podría llamar gente "normal y sana". En este sentido podría pensarse que no afectarían el trabajo posterior aunque, desde luego, fueron un factor a tener en cuenta y como tal siempre hay que tenerlo en cuenta.
Saludos
Zimbardo es una buena persona. La verdad es que el experimento de la prisión fue una cagada suya (y mejor no emplear palabras más finas), pero la verdad es que fue una cagada no sólo suya. Según recalca él, en el sótano de la facultad acondicionado como prisión no había baños. Los guardias llevaban a los presos con los ojos vendados a los servicios de la planta baja. La gente veía lo que pasaba, pero nadie le dijo nada, hasta que llegó una colega suya que estaba de viaje y le preguntó cuál era la variable independiente del experimento y si era algo ético (ahi pudo decirselo de otra forma, pero la esencia es que todo el mundo, estudiantes y profesores) pasaron del tema.
Por otra parte, el profesor Zimbardo no tiene necesidad de hacer el monguis en los medios hablando del tema. En principio tiene muy buena reputación académica, es catedrático en Stanford y lo que dice va a misa (no estoy diciendo que eso sea bueno, sino que es lo que pasa), por eso él mismo puede decir que no se arrepiente de haber hecho lo que sea... y sobre las consecuencias psicológicas del experimento, pues oye, probablemente ni sean tan pocas como dice Zimbardo, ni tantas como dicen sus detractores.
"La suposición de que hay una gran cantidad de contenidos en internet es ilusoria. La mayoría de ellos están repetidos o carecen de interés." Buenisimo el aforismo BLues ... Agradezco la diversidad de temas en los cuales pude encontrar en el blog entre ellos el de Freud el malestar en la cultura.
Muchas gracias naosh.
No voy a decir que no haya contenidos en internet pero me molesta esa ilusión de "gran maná" que se ha creado. Parece que a mucha gente le sirva con lo que está puesto en la red (sea lo que sea).
Saludos
Contrapsicología:
Si es tan evidente que ha sido una "cagada" ... ¿por qué se mantiene en seguir contando la historia ofreciendo únicamente unas mínimas disculpas?. Debería de decir que eso fue un gran error y enunciar los motivos.
No dudo que Zimbardo tenga un interés real por saber por qué las personas pueden ser malvadas pero se pierde mucho por el camino. Es como ese truco de los ángeles y los demonios que ofrece a menudo. Mostrando una imagen en la que, según miremos lo blanco o lo negro, veremos las figuras de ángeles o las figuras de los demonios ya pretende deducir que todos tenemos una naturaleza "dual". Me recuerda mucho a la mentalidad norteamericana que, presentando alguna sencilla estadística, la maximiza pensando que se puede extender a todo.
En cuanto a los "monguis" piensa que una cosa es la reputación académica (que pueden contemplar unos pocos) y otra la fama con todo el mundo (de la que se puede disfrutar sacando partido de las propias equivocaciones en la tele). Y la fama es muy poderosa, casi adictiva. Hay pocos que se puedan sustraer de ella.
Saludos
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